Gracias a la Asociación pro Derechos Humanos de España y a quienes, en su infinita generosidad, me propusieron para el Premio 2023 en su 42 Edición. Inmensamente feliz y agradecida de formar parte de la comunidad de defensor@s de Derechos Humanos premiad@s por la entidad con sede en Madrid. Me gustaría compartir el discurso que preparé para dicha ocasión:
«Estoy profundamente emocionada y agradecida. Así lo transmití a la presidenta y a las personalidades que con su generosidad infinita me propusieron como candidata para recibir este importante galardón en su cuadragésima segunda 42 edición.
Quiero aprovechar esta oportunidad para felicitar a la Asociación Pro Derechos Humanos de España por ese incansable compromiso, dedicación y lucha constante que se inició en un período oscuro de este país y que no ha cesado en la promoción y defensa de la dignidad de las personas.
Tania, Ignacio, Joaquín, Carlos, Maite… Vuestro trabajo y vuestra trayectoria son ejemplos inspiradores para todos nosotros.
Mi más honda enhorabuena a las y las defensores distinguidos por su intensa y extensa actividad
Con quien comparto el premio Nacional: José Mariano Benítez de Lugo Guillén
A María Mercedes Sánchez
A Jesús Maraña
A Gioconda Belli
A Jorge Riechman
Y al querido y admirado Luis Moreno Ocampo con quien hemos compartido algún que otro camino.
De corazón, les digo que me siento realmente honrada de formar parte de la comunidad de defensores de derechos humanos a la que representáis.
Si, desde mi humilde posición, con mi susurro puedo unirme a esa voz que levantáis para hacer oír a los que no tienen voz, sólo por eso, vale la pena vivir.
Quisiera contarles una historia, en la que, quizás, algunos verán reflejados sus vivencias o las de alguien cercano. Una historia que es particular, pero no singular, es una de las millones de historias que nos impulsan para construir lo que somos.
Se trata de una niña que nació en Colombia, allá por los años 70. Su abuelo había sido un exiliado de la Guerra Civil, se instaló en Colombia y siguió haciendo lo que sabía hacer: ejercer la profesión más bonita del mundo, como la calificaba Voltaire. Fue abogado hasta que, en los años del estallido social, fue asesinado al salir de un juicio, por defender a un sindicalista.
Su hijo, el padre de la niña, también fue abogado y pasó un tiempo inhabilitado por “alterar el orden público”.
Los años 80 eran años difíciles. La niña creció en un ambiente y en un país donde la vida humana tenía poco o ningún valor. Cada semana escuchaba como alguien cercano a la familia o al vecindario, había sido asesinado.
Un día, cuando una amiga mayor, llorando le explicó que su novio había sido asesinado por pertenecer a un partido político de izquierda denominado Unión Patriótica, descubrió que la ideología podía costar la vida. De hecho, los miembros de UP fueron exterminados uno a uno.
Si algo tuvo claro esa niña, era que cuando tuviera potestad de hacerlo, aun desafiando la naturaleza, sería abogada, sindicalista y militaría en un partido de izquierdas.
Llegó a España siendo casi una adolescente y descubrió que para abrirse camino debería superar, además más obstáculos de los que se podía imaginar: por ser de tez morena en un entorno donde sólo había niñas blancas, por convivir con una familia de segundo grado donde sólo existían familias tradicionales y por la necesidad de aprender un idioma diferente.
Obstáculos que vivió con naturalidad y de los que hizo su fortaleza. Así, logró además desarrollar su pasión: la defensa de las personas privadas de libertad. Aún aspira a ser Victoria Kent y así como Victoria, liberó las cadenas físicas de los presos, ella aún aspirar a derrumbar las barreras morales que los rodean.
De la mano de grandes maestros como Luis del Castillo o Carlos Castresana, desarrolló su pasión por la Justicia Penal Internacional y se dedicó a viajar por el mundo explicando que la impunidad de la que gozaron quienes habían asesinado a sus amigos de Unión Patriótica, o a su abuelo, no se repetiría nunca más.
Ahora en 2023, ya sea desde el territorio en comunidad, o en la soledad de su despacho, trabaja cada día un poquito para facilitar el trabajo de quienes ella considera que son los verdaderos merecedores de los reconocimientos: las y los defensores de derechos humanos. Y para que no haya ni un solo activista que, pudiendo contar, no cuente con el apoyo de la abogacía, las instituciones o la política.
Esta semana, esa niña, ha cumplido dos grandes sueños en su vida. Recibir el reconocimiento de la Embajada de mi país natal, de donde tengo mis raíces, mi abuelo y padre ya muertos, mi madre….mi pasado por ser un “ejemplo de vida y haber contribuido a fortalecer la imagen y el buen nombre de Colombia en España”. Decía la carta de concesión.
Y Hoy, aquí, al recibir este reconocimiento por parte de mi país de adopción, donde tengo mis frutos, mis hijas, mi amor, mi futuro… ese es otro sueño cumplido.
No se puede pedir más, premios y reconocimientos que alimentan mi espíritu, nutren mi solidaridad y hacen crecer las esperanzas de, lo que aún siendo una utopía no dejaré de creer: un mundo más justo en el que se respete la dignidad humana.
He dicho que no puedo pedir más en la vida, rectifico y finalizo con una frase de la gran Mercedes Sosa: Sólo le pido a Dios que lo injusto no me sea indiferente.»